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Cómo se han cargado un país de propietarios, por Carlos Hernández Quero.

El siguiente texto se corresponde al hilo desarrollado del joven diputado de VOX Carlos Hernández Quero1 en su perfil de X.

A raíz de las movilizaciones de las últimas semanas se está hablando mucho de vivienda. Se pone el foco en el alquiler cuando habría de ponerse en la propiedad. Va HILO muy largo sobre cómo se han cargado un país de propietarios y cómo casi nadie aspira a recuperarlo.

Casi todos los españoles hemos nacido en hogares en propiedad. Y hemos disfrutado de las ventajas asociadas a ello: estabilidad, arraigo, ahorro, autonomía, libertad, poder para las familias, sentido de pertenencia, vida de barrio, etc. ¿Aspira la izquierda a volver a un país de propietarios? No. Lo considera una antigualla. Igual que la pareja para siempre, los niños o la vinculación duradera a un lugar. La familia o la comunidad son vistas como una cárcel. Y lo que te vincula a ellas es la propiedad. ¿Su modelo? El norte de Europa: una sociedad fragmentada e individualista con muchos inquilinos perpetuos y pocas familias dueñas de sus casas. Allí los caseros son los alcaldes y un puñado de fondos y millonarios. Todo lo contrario que una sociedad con la propiedad (y sus virtudes) lo más extendida y distribuida posible.

La izquierda siempre estuvo fascinada con ese modelo del casero-alcalde y con la flexibilidad vital que ofrecía el alquiler, que se veía como algo liberador de todo compromiso o responsabilidad. ¿El resultado? Un ciudadano aislado, nómada, cliente del poder y sin nada que legar. A la derecha del dinero le entusiasmaba la paulatina sustitución del capitalismo productivo por el financiero. Su modelo ya no era empresa y trabajo duro sino libre circulación global de personas y capitales, destruyera lo que destruyera (industria, campo, barrios, vivienda…)

Por eso tras la crisis de 2007 (y siguiendo directrices marcadas en Bruselas, donde no gustaba nada ni la independencia de las familias del sur de Europa ni nuestro estilo de vida) el objetivo fue terminar con la sociedad de pequeños propietarios propia del Mediterráneo. Para ello se criminalizó la propiedad y se empujó a jóvenes y familias de renta media-baja al mercado de alquiler, con leyes que a priori protegían a los deudores pero que se cargaron la garantía hipotecaria. ¿Qué pasó? Bancos prestaron menos, más caro y con peores condiciones. A la vez se paralizó por completo la construcción. Una demanda sin liquidez ni ahorros no podía asumir la obra nueva que había quedado sin colocar por lo que el sector se desplomó.

La suma de oferta escasa, sueldos bajos y retracción del crédito hizo imposible el acceso a la vivienda en propiedad a una sociedad demacrada por recortes y precariedad que solo pudo surfear la crisis gracias a lazos familiares. Muchas familias que antes habrían llegado a ser dueñas de su casa quedaron condenadas a negociar en un mercado precario un bien que no termina de pagarse nunca y que acaba siendo mucho más caro que devolver un préstamo hipotecario. La propiedad se fue concentrando en cada vez menos manos y empezó a cavarse un foso entre quienes habían comprado con buenas condiciones (pocos años para pagar una hipoteca) + fondos que empezaban a desembarcar en España vs aquellos que jamás llegarían a ser propietarios.

Un foso entre caseros e inquilinos a perpetuidad que era también un foso generacional en cuyo origen está el acceso a vivienda en propiedad. En dos décadas la brecha de riqueza entre mayores y jóvenes se ha multiplicado por nueve. Hace 20 años tenían mismo patrimonio.

En 2002 el 65% de los jóvenes entre 23 y 28 años era propietario de su casa. 20 años después la cifra había caído 40 puntos. En 2011 el 69% de los menores de 35 años era propietario. Ahora solo un 31%. Los propietarios de rentas bajas se han esfumado. Las políticas contra la generalización de la propiedad son políticas clasistas.

Y claro, esto iba a tener consecuencias en el mercado de alquiler, del que hoy todos hablan, generándose una subida brutal de los precios por el desajuste extraordinario entre una demanda cada vez más grande y una oferta pírrica.

España había sido un país con tasas bajísimas de gente viviendo de alquiler. Y de pronto en las grandes ciudades se juntan enormes contingentes buscando piso que arrendar (expulsados de compraventa, cientos de miles de familias inmigrantes, hijos de la España vaciada…). A ello hay que sumar otros factores: presión turística sobre esos mismos espacios, atracción de trabajadores y estudiantes extranjeros de temporada y la tendencia cultural a constituir hogares con cada vez menos miembros (solteros, divorcios, familias sin hijos…).

Esta demanda no se ve acompasada por la oferta. ¿Por qué? – Demonización [de la] construcción – Rehabilitación a cuentagotas – Sector estancado tras años de inactividad, falta relevo y estigmatización progre de trabajo manual – Fiscalidad, licencias – Retención suelo por parte Admón.

Todo esto explica que el mercado de alquiler de Madrid, Barcelona, Málaga, Valencia o San Sebastián empiece a convertirse en una caldera a punto de explotar. El desajuste lleva a un alza ininterrumpida de precios de arrendamiento desde 2014. Desde entonces se han llevado a cabo diversas regulaciones y medidas pretendidamente protectoras del inquilino que han destrozado un mercado ya de por sí débil y precario. Resultado: han dejado en la estacada a aquellos que ya habían expulsado de la posibilidad de comprar.

Estas medidas han tenido un efecto boomerang y se han vuelto justo contra aquellos a los que aseguraban que querían defender: las clases populares.

La tolerancia con las situaciones de impago (en las que el Estado transfiere al particular su responsabilidad y se desentiende de su tarea de ofrecer alternativa habitacional) y el runrún de los controles de precios redujeron drásticamente una oferta que ya era insuficiente. Desde 2019 la demanda ha subido un 260% mientras la oferta se ha reducido cerca de un 50%.

Cada vez que entramos en un portal inmobiliario hay muchos menos pisos que el mes anterior y cada uno recibe muchas más visitas, lo que ha dado un poder desconocido a algunos grandes caseros para especular con un bien cada vez más escaso.

La escasez de pisos generada por las regulaciones al mismo tiempo creaba una clase de jornaleros del alquiler, una masa pobre y adicta a las notificaciones de bajadas de precio de Idealista y habituada ya a castings inmobiliarios con cientos de candidatos/competidores.

La izquierda se imagina luchando por los vulnerables, pero ha conseguido, con su negativa a construir y con sus políticas de reducción de oferta, que la vivienda sea un bien cada vez más exiguo y, en consecuencia, lucrativo para quienes la poseen.

¿Quién anda más contento? ¿El gran tenedor o el chaval de barrio?

Llegamos a situación impensable hace año. España no solo se encuentra a la cola de Europa en emancipación de los jóvenes. También ha superado la media de la UE de jóvenes viviendo en alquiler. Recordemos: casi todos esos jóvenes habían nacido en hogares en propiedad. Un drama.

Muchos jóvenes 2008-2013 ya no lo son y han seguido sin poder comprar, por lo que problema llega ya hasta personas que andan más cerca de los 50 que de los 30. Personas que han visto parada su vida, que han tenido menos hijos de los deseados o que directamente, no han tenido.

La situación era ya horrible cuando la izquierda decidió lanzarnos a una piscina sin agua con la Ley de Vivienda, cuyas consecuencias son tan duras como sabíamos que serían. En ningún lugar funcionó jamás una política de control de precios. Hay infinita literatura al respecto.

Así, en el último año y medio se ha puesto el último clavo en el ataúd de la vivienda. La oferta se ha reducido a niveles desconocidos, tensionando aún más el mercado de alquiler de larga duración, el que necesitan las familias.

Mientras esto se producía lo petaba la oferta por habitaciones, de temporada o turístico, es decir, figuras incompatibles con las necesidades de las familias, con la estabilidad, la privacidad o la intimidad. Esto quiere decir que las rentas más bajas están siendo excluidas del inquilinato. Se está creando una clase de indeseables a los que nadie arrienda: jóvenes con nóminas bajas, familias con sueldos precarios o con miembros en situación de desempleo, padres con hijos a cargo.

Esta elitización del alquiler viene condicionada también por el incremento de requisitos solicitados por los caseros, temerosos de verse abandonados por la Administración ante un caso de impago: 300 por ver una casa, 6 meses de fianza, seguros que parecen una entrada…

Y hay quien esta peor. Los condenados a alquileres esporádicos o a compartir balda de nevera con desconocidos. Esto, que era una aventura divertida para estudiantes universitarios según se emancipaban, es hoy un modus vivendi para gente cada vez más mayor.

Pero no solo eso. La tensión sobre las grandes ciudades cada vez es mayor vía inmigración descontrolada y vía atracción de trabajadores cualificados y estudiantes que no tienen interés en comprar (y que requieren otro modelo residencial no familiar).

Así, caminamos hacia escenas de otro siglo en términos de hacinamiento. Containers en el puerto en Barcelona, autocaravanas en Málaga, coliving en Madrid (con ayuda pública, tela), bajos comerciales sin ventilación o las cápsulas para dormir de 5m2.

Y llegamos a las ciudades de moda que expulsan a sus vecinos. Alguien tiene que pensar que estas ciudades escaparate tal vez brillen mucho, pero son muy hostiles para el de casa, llevan a más segregación y rompen la comunidad.

Así llegamos a hoy, el precio de alquiler más alto que cualquiera recuerda con la oferta más contraída y las peores condiciones. El alquiler se ha convertido en una condena.

¿Condena? Sí. Condena porque los españoles destinan de media el 43% de sus ingresos al pago mensual. En algunas ciudades por encima del 60%. En algunos barrios por encima del 70%. Condena para los jóvenes, con salarios bajísimos y altas tasas de desempleo.

Condena para las familias. Doblamos tasa europea de sobreesfuerzo y la mitad de los inquilinos en España están en riesgo de exclusión social.

Pero esto no siempre fue así. Los españoles de menor renta destinaban un 25% de su sueldo al alquiler cuando el 85% vivía en una casa de su propiedad. Vaya cambio, Sin duda un éxito sin precedentes de la economía de la tercermundización y el empobrecimiento colectivo.

Y es que la sociedad postpropietaria es una sociedad con desigualdades mucho más acusadas, con menos natalidad, con menos lazos, con menos arraigo, con más tumbos, más nomadismo, más problemas de salud mental, más soledad no deseada y más problemas de conciliación.

Y claro, la propiedad no desaparece. Se concentra. Las casas que han dejado de comprar los españoles corrientes los últimos 15 años las han comprado otros. Lo de algunas provincias es terrorífico.

Cada vez más propietarios de Venezuela, de China, de India y menos de Hospitalet, de Carabanchel o de Huelin.

Los enamorados de la inversión extranjera nos dicen que esto en verdad solo afecta al lujo, a segmentos sociales muy concretos. Pero no es cierto, pues inicia un efecto dominó de desplazamiento de población que termina afectando al español medio. Por no decir que precisamente algunos barrios de renta media o media/baja, abandonados por la Admón. y degradados son precisamente un caramelito para fondos extranjeros que están comprando edificios enteros. Un país de propietarios se ha convertido en el patio trasero de los ricos de todo el mundo. Y esto tiene consecuencias no solo para la vivienda, también para la transformación del comercio, subida de precios básicos, extrañamiento social, choques culturales…

¿Somos una colonia?

La globalización por arriba (maletines llenos de dinero) y la globalización por abajo (inmigración masiva y descontrolada) deja al español en medio de un sándwich. Entre el fondo extranjero que compra tu edificio y la familia que se lleva la escasa vivienda social.

La globalización por arriba (maletines llenos de dinero) y la globalización por abajo (inmigración masiva y descontrolada) deja al español en medio de un sándwich. Entre el fondo extranjero que compra tu edificio y la familia que se lleva la escasa vivienda social. Y esto lleva a barrios dudosamente habitables, donde hay más pisos turísticos que niños, donde el vecino no habla tu idioma, donde el parque lo controla una banda ‘latina’ y donde el bar de menú del día ha sido sustituido por lockers, tiendas de souvenir o carnicerías halal.

Como vemos, el mito de la izquierda (la regulación y el alquiler) y el de la derecha (la barra libre a la globalización) han sacudido el acceso a la vivienda. Los beneficiarios están claros. Los perjudicados son los españoles corrientes. Los García. La gente sin padrino. El resultado: en propiedad solo los del Lamborghini. En alquiler los del Clio y el Corsa. Y en piso compartido los del patinete eléctrico.

¿Alguien se plantea volver a la sociedad de propietarios? No. Todo es seguir cavando el foso. Un bono del alquiler que es un bizum al casero. Más control de precios, es decir, más miseria. Más trabas. Y más globalización. Y mientras se habla de todo eso no se habla de que España está en la cola de vivienda social pero que entre 1961-1975 se hicieron 4 millones de viviendas sociales. Que hoy no se construye ni una pero que en los 80 se hacían más de 100.000 al año.

No se habla de que el modelo territorial del país es absolutamente desquiciado. Del horror del efecto aspiradora. Y de que haber desindustrializado media España para meter a sus jóvenes en cuchitriles en 4 o 5 grandes ciudades (donde encima falta oferta) es demencial. No se habla de que no cabe más gente de fuera, venga con traje y corbata o con chilaba. Que estamos condenando a muchos a vivir con padres siempre, en un coliving o a 1h30 del curro mientras abrimos las puertas hasta el último caribeño o magrebí. No se habla de que la brecha entre generaciones es jodidísima y que la orientación del gasto público (todo a pensiones, nada a vivienda o natalidad) que han hecho PP y PSOE es una guerra declarada a los jóvenes. No se habla de cómo vamos a devolver seguridad jurídica para que pueda aumentarse la oferta (y para que el Estado cumpla con el 47 CE, que le mandata a él, no a Paco Páquez). No se habla de cuánto, cómo y dónde se va a construir. Ni se habla de para qué se va a construir. Que es donde reside el meollo de la cuestión: para fomentar acceso a vivienda en propiedad, no para más concentración en pocas manos. No se habla de cómo, una vez ampliada la oferta para compra, hay que terminar con una fiscalidad tremendamente lesiva que expulsa a los jóvenes y a las rentas medias de la posibilidad de ser dueños de su casa. Y no se habla de que la vivienda no termina en el felpudo sino que se desparrama por el espacio inmediato y de que de nada sirve tener casa si no tienes una calle a la que poder salir, vecinos con los que charlar, tiendas donde comprar o una cultura en la que sentirte reconocido.

¿A quien le interesa que España sea un país de arrendatarios y no de propietarios? Tanto a la izquierda progre como a la derecha del dinero. Es decir, a aquellos que no creen en la extensión de la propiedad. Unos porque quieren abolirla. Otros porque anhelan concentrarla.

¿A quien sí le interesa? A las familias. A los jóvenes. A las clases populares. A la clase media. A quien sabe que una casa en propiedad es su mejor defensa ante los excesos y dogmatismos del poder político y ante los vaivenes del mercado global.

Por todo lo anterior, la mirada sobre la vivienda no puede ser exclusivamente económica, o urbanística o jurídica. Pues estaríamos olvidando la parte más importante: la antropológica, el cómo vivimos. Si estables y con raíces o dando tumbos sin un lugar al que volver.


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