La factibilidad de la Remigración

El gobierno dominicano anuncia deportaciones de hasta 10.000 haitianos a la semana

Uno de los grandes tabúes que genera el concepto de Remigración es la (sólo aparente) escasez de precedentes, al menos en la historia reciente. No obstante, hay varios países del «Sur Global» que pueden servirnos de hoja de ruta y/o referencia.

Hace unos meses ya mencionábamos las políticas de Remigración extremas que se estaban tomando en Túnez contra los sub-saharianos, donde presuntamente se les estaría extrayendo de sus viviendas contra su voluntad y depositando en el desierto.

República Dominicana, en concreto, es un claro ejemplo de un modelo migratorio realizado en base a los deseos de los nacionales y no de las élites globalizantes.

Las deportaciones masivas de haitianos en la República Dominicana demuestran que es muy fácil, muy humano y muy práctico deportar incluso grandes cantidades de inmigrantes si las élites internacionales no se interponen. Un poco de historia:

Tras el éxito de la revolución haitiana, Jean-Jacques Dessalines decretó en 1804 que todos los blancos de la isla debían ser asesinados en cuanto los vieran. Tras el éxito de este horrendo acto de genocidio, las fuerzas haitianas intentaron exportar su revolución invadiendo el lado español de la isla, que tenía una población mucho más pequeña y dispersa, aunque encontraron resistencia en esta cruzada debido al alto porcentaje de mestizos y blancos que vivían allí. Los dominicanos clasificados racialmente como blancos, que incluían a algunas personas de piel clara de origen africano, fueron despojados de su ciudadanía y de sus tierras por la constitución haitiana y obligados a abandonar su actividad ganadera para trabajar para los negros en condiciones de esclavitud en la industria de los cultivos comerciales.

Un grupo de nacionalistas dominicanos blancos y multirraciales llamados los Trinitarios, liderados por el descendiente de españoles Juan Pablo Duarte, encabezó una rebelión contra el dictador haitiano Charles Rivière-Hérard y expulsó a sus fuerzas de la parte oriental de la isla en 1844, estableciendo la división que existe hoy. Aunque el ejército de ocupación era numéricamente superior a los dominicanos, el propio Rivière-Hérard se vio socavado desde dentro por un levantamiento de negros haitianos enfurecidos por el hecho de que su líder tenía algún tipo de ascendencia europea.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX y hasta los años 30 del siglo XX proliferaba la idea de promover la inmigración europea y desprenderse de los haitianos francófonos, de origen sub-sahariano, como el caso del dictador Rafael L. Trujillo Molina (1930-1961), que nos cuenta el historiador dominicano Bernardo Vega en el libro Trujillo y Haití.

Sería también Trujillo el que promovió la migración de unos doscientos agricultores españoles, que llegaron a la República Dominicana en 1955. Según uno de ellos, Manuel González Chavalo en declaraciones a la agencia EFE, fueron «engañados» ya que el principal propósito del régimen era «blanquear» la raza, una que ya estaba bajo la amenaza de la entrada de haitianos en el territorio.

M. González narró que el grupo de españoles -120 hombres y 80 mujeres- estaba compuesto por jóvenes a los que gente de la dictadura pedía casarse entre ellos, es decir españoles con españolas.

Hoy, el trauma del régimen haitiano sigue influyendo en la identidad dominicana. Este sentimiento nacional ayudó a Abinader, de ascendencia española y libanesa, a ganar con éxito las elecciones de 2020 con una plataforma que buscaba poner fin a la migración haitiana y reducir la burocracia para deportar a quienes ya se encontraban en el país. En el momento de la victoria de Abinader, se estimaba que los haitianos, la mayoría de ellos en el país ilegalmente, sumaban entre 750.000 y 1 millón de los 11 millones de habitantes de la República Dominicana. Principalmente ilegales, y muchos llegados partir de 2010. Las estadísticas de esta década oscilan las siguientes cifras, pero hay que tener en cuenta que los datos cambian drásticamente de forma semestral:

  • 458.233 inmigrantes haitianos (5% de la población dominicana)​
  • 209.912 Haitianos nacidos en la República Dominicana y ciudadanos dominicanos nacidos de un padre haitiano (2% de la población dominicana)​
  • 668.145 (de nacionalidad u origen haitiano; 2012) (7,1% de la población dominicana)​
  • 1.100.000 (ciudadanos dominicanos con ascendencia haitiana) (11% de la población dominicana)

Poco después de asumir el cargo, Abinader comenzó los preparativos para cumplir su promesa.

Ya el año 2021, en las que se ejecutaron 85,000 repatriaciones de haitianos, y el Gobierno dominicano devolvió a 171,000 ciudadanos del vecino país. Después, su Partido Revolucionario Moderno, con el apoyo de consenso incluso de los grupos de la oposición, aprobó una ley en 2022 para formar una nueva unidad policial de control de inmigración que se especializaría en identificar lugares de trabajo donde se sabe que se contratan inmigrantes haitianos ilegales para realizar redadas masivas sin previo aviso. En 2013, una reevaluación constitucional eliminó la ciudadanía por derecho de nacimiento a todos los nacidos de padres extranjeros desde 1929, lo que otorgó al gobierno dominicano los poderes necesarios para detener y expulsar del país a 170.000 haitianos para fines de 2022.

El año siguiente, lo que el Departamento de Estado de Estados Unidos ha condenado como “deportaciones masivas” alcanzó niveles sin precedentes. Ese año, 250.000 haitianos que vivían en territorio dominicano fueron identificados por las autoridades de inmigración y expulsados, mientras que otros 200.000 fueron repatriados voluntariamente. Una parte sustancial de estos haitianos vio revocada su ciudadanía retroactivamente en virtud de la enmienda constitucional de 2013, lo que significa que no se les reconoce ni como ciudadanos dominicanos ni haitianos, pero esto no impidió que Abinader los enviara de regreso a un ritmo de más de 20.000 inmigrantes por mes. En un momento durante esta operación, 20.000 haitianos fueron deportados en un lapso de nueve días. La pequeña y pauperada República Dominicana ahora tiene uno de los sistemas de control de inmigración más activos y prolíficos del planeta.

De enero a abril de 2024, la tasa de deportaciones se redujo a un total de 30.000 en cuatro meses, pero este menor nivel de aplicación de la ley es más un testimonio de la eficacia del gobierno a la hora de expulsar a los migrantes haitianos en años anteriores que una disminución de su entusiasmo ardiente. En mayo pasado, el gobierno de Abinader completó un muro de hormigón de 400 kilómetros, inspirado en la barrera de Israel a Siria en los Altos del Golán (que, en el caso israelí, Estados Unidos apoya), impidiendo de forma permanente que los haitianos crucen ilegalmente al país. El gobierno dominicano se ha negado rotundamente a acoger a ningún refugiado haitiano en su territorio y ha rechazado las demandas de la ONU de que conceda la ciudadanía o permisos de residencia a los migrantes multigeneracionales independientemente del tiempo que hayan residido en el país.

En el panorama dominicano, las políticas de Abinader no suscitan controversias. Recientemente fue reelegido por una mayoría aplastante y todos los partidos principales apoyan sus iniciativas contra los inmigrantes. La oposición a estas políticas se limita en gran medida a los agentes externos: Washington, las Naciones Unidas y varias organizaciones no gubernamentales financiadas desde el extranjero que han tratado de socavar las iniciativas.

Ahora el gobierno de RD anuncia deportaciones masivas de hasta 10.000 haitianos a la semana. En realidad, el anuncio de Abinader sólo sigue una política continuista con la de años anteriores.

La migración haitiana representó aproximadamente el diez por ciento de la población dominicana, lo que equivale a unos 35 millones de personas en términos estadounidenses. En Europa, la crisis migratoria posterior a 2015 podría revertirse por completo antes de 2030. Y no es más “racista” que las naciones europeas aseguren su futuro que que lo haga un país caribeño o el pueblo judío.

Lo único que se interpone entre la continuidad de la civilización occidental y su desaparición es el globalismo. Y el globalismo no sólo está en bancarrota intelectual y desacreditado por la realidad, sino que las naciones soberanas lo están derrotando activamente todos los días.