En medio de una Francia rota, victima de su propia gestión colonial, encaminada a cumplir los peores augurios de Houellebecq en ‘Sumisión’, donde vemos a las mujeres francesas usando camisas de talla grande o burkas occidentalizados para evitar ser abusadas sexualmente en el trasporte público, allí donde colisionan la Francia cívica y la Francia de los guetos, aparece Henri d’Anselme, un joven de 24 años que ignorante de su inminente encuentro con la cara más oscura de Francia, recorre a pie la ruta catedralicia, de norte a sur, cumpliendo con su pasión por el patrimonio histórico de la civilización cristiana.
La historia es conocida por todos; un refugiado sirio de 32 años, de nombre Abdelmasih salió de su casa en la mañana del 8 de junio de 2023 armado con un cuchillo, dispuesto a arrebatar la vida de varios niños y de sus familiares en un parque de juegos infantiles en la localidad alpina de Annecy.
Tiempo atrás escuché a un militar decir que habitualmente soñaba y se imaginaba en la cotidianidad de su vida topándose con un yihadista y enfrentándose a él en una especie de ensoñación de servicio ‘epicista’. Sin embargo, Henri no tenía vocación de héroe, de hecho, su amigo Benjamín Poret le describe en el diario dominical como una persona con baja propensión a asumir riesgos: «Si tuvieras que ir a la batalla, no le escogerías primero. Pesa 50 kilos en mojado, es un palillo y tiene miedo a las alturas», pero este jueves el destino empujó al joven cristiano hasta la escena del crimen de Annecy: «Nuestras miradas se cruzaron y entendí que algo muy malo vivía en él» dijo.
Henri se topó con el terrorista, que había apuñalado ya a varios menores y no dudó en utilizar una de sus mochilas de viaje para hacer frente al agresor. Cuchillo, contra mochila. «En mi camino a las catedrales, me crucé con el camino de la sangre. […] Considero que no estaba ahí por casualidad. […] Para mí era impensable quedarme de brazos cruzados» relató Henri para CNEWS, el canal de televisión patriota en Francia por excelencia. Mientras tanto, tertulianos de sobremesa y redactores blanqueadores de la violencia multicultural en medios como Libération, perdían el tiempo analizando la indumentaria de Henri durante sus entrevistas; Alexis Pfeiffer apuntó que «el héroe de la mochila» llevaba una camiseta de «Aerographe Fockeur, un pintor especializado en dibujar armas de fuego y cercano al youtuber ‘ultraderechista’ Baptiste Marchais», y es que para ellos, para el poder mediático que sostiene la Francia de los guetos y los burkas, este acto heroico debe de resultar insoportable.
Mientras tanto Francia guarda silencio, no hay protestas en las calles y solo el activismo de algunos reductos patriotas rompe con el silencio generalizado impuesto a los franceses. Aquellos que estaban dispuestos a salir a la calle durante semanas a protestar contra la reforma de las pensiones, no están dispuestos a salir a la calle a protestar contra su propio genocidio. No hay ni rastro de los chalecos amarillos, y mientras, deducimos que aquellos franceses que no cambiaron de posición política después de Charlie Hebdo o tras la brutal violación y asesinato de Lola Daviet, tampoco lo harán ahora. Hace falta algo más, es necesario tomar rápidamente el ejemplo de coraje de Henri y convertirlo en movilización antes de que macronitas y anarquistas se encarguen de esterilizar su hazaña. Las aspiraciones patrióticas no pueden consistir exclusivamente en esperar sentados a que ocurra algo por arte de magia o a rezar para que se nos permita obtener una victoria electoral limpia.
Henri volverá a su vida, quizá regrese L’Homme Nouveau, la revista católica donde escribía o quizá continue con su año de ruta catedralicia, eso sí, con varias decenas de miles de seguidores nuevos, admiradores, en sus redes sociales, que ahora servirán de enseñanza y recordatorio para todos los patriotas.
Fundador y administrador de HerQles.