Mondragón

Cuando alguien de fuera llega a Mondragón por primera vez, hay varias cosas que le llaman la atención.

La toponimia, que evoca draconianos relatos del Medievo. La renuncia de dicha poética toponimia que ha realizado la administración local en pos del reptil Arrasate. Falsario porque es un nombre que no usaba nadie para referirse a la población situada al pie del monte Udalatx desde el siglo XIII. Así, para enfrentarse al obvio poso español (y castellano) que reside en su lengua, en sus nombres y en su toponimia, las verdes serpientes del pseudo-nacionalismo vasco han llenado el Alto Deva primero con sus mentiras y luego con su violencia. Enfrentándose inevitablemente a sí mismos, en el uróboro de autodestrucción que ha llevado a la Comunidad Autónoma Vasca a la pésima situación en la que se encuentra; y que emponzoñó vilmente su sociedad. Y de ahí surge lo siguiente que llama la atención al recién llegado: los rumores, de esos que hielan la sangre. De pobres hombres encerrados bajo el pueblo durante más de un año, de asesinos paseándose con impunidad por las calles del pueblo. De monstruos recibidos entre vítores, no por su inexistente vínculo al pueblo, si no exclusivamente por su sanguinaria anti-españolidad. Bolinaga, Zabarte, Parot. Así, casi no le sorprende al recién llegado ni el aire cargado de la industria poligonera que mancha el verde omnipresente, ni el sobrecogedor vacío de sonido que puebla las kaleas, ni que cada vistazo a cada pared esté poblado por propaganda anti-española. Quizá precisamente porque uno se lo espera se le vienen aquellas palabras de Alfonso de Ussía: «Mondragón es una localidad guipuzcoana que destaca por su extrema fealdad. Se respira un aire denso, agobiante, entre el oxígeno cobarde del silencio de los justos y el cianuro imperante de los amigos de la sangre.»

“Mondra” es como aquella exnovia pija que se echó a perder, formando pérfida ikurriña entre lo lozano de sus montes y la sangre de inocentes hispanos: los 3 de Bolinaga, los 17 de Zabarte o los 82 de Parot, argelino aparentemente hijo adoptivo del pueblo. Y la belleza que lo rodea te hace pensar en qué pudo haber sido si cierto Arana no se hubiera quitado la boina roja. No todo el mundo debería escribir un libro.

El sábado 13 de abril supe que algunos militantes de VOX- entre ellos el candidato del partido por Guipúzcoa- pretendían desplegar una mesa informativa en la plaza del pueblo, en el contexto de campaña electoral para el domingo 21. Y allí me dirigí para entrevistar para este medio a quienes – y hay que decirlo así- destacan por su valentía. Los únicos mondragonenses que se acercaron (se atrevieron a acercarse) fueron, quizá precisamente por su inocencia, unos niños que no pasarían de los 11 años, que tímidamente les pidieron pulseras a los militantes.

Es por eso por lo que me encontraba en la Plaza cuando los macarras comenzaron a rodearla, entre increpaciones constantes. En perfecto castellano, por supuesto. Seremos bienintencionados e intrepretaremos que querían que entendiéramos los insultos y no que la lengua materna de casi todos no es el vizcaíno si no el español.

Más tarde sabría que la reacción separatista a la mesa no fue inmediata y organizada porque los jurrus estaban a esas horas de manifa (algo de ecologismo) en otro lugar del pueblo. También oiría que los que, pese a que Bildu había dado órdenes a su Kale Borroka de no acometer animaladas que no les benefician electoralmente, los canallas que nos acosaron eran de Sortu (la facción directamente descendiente de ETA de Bildu).

Querido lector, no es que yo tenga en especial estima al militante borroka, mas no parecieran estos disgenésicos el perfil promedio de militante universitario. La estética lumpenizada y la mirada boba tienen ya espacio en el léxico español sin necesidad de encuadrarlo ideológicamente: gentuza. Calaña juvenil de ciclo de mecánica y porros en recreo, yonkarras cincuentones de mandíbula desencajada y ojos demenciales. Cualquier humano decente que presenciara la escena tardaría medio segundo en distinguir entre malos y buenos.

No pasé miedo en ningún momento. No caiga el lector en el viejo error de pensar que la escoria wannabe-etarra tiene algún tipo de valor que le diferencia del endófobo guarro mesetario. El terror que impone es siempre desde la cobardía, siempre por la espalda. No fue en vano el valiente Zabarte, con el imponente nombre de “El Carnicero de Mondragón”, incapaz de controlar sus esfínteres cuando se enfrentó a su detención.

Quizá es por eso por lo que cuando la Ertzaintza nos escoltaba entre estrechas callejuelas para salir del pueblo al terminar la mesa informativa, y nos quedamos expuestos dada su descoordinación y escaso número, aquel feo jurru descendiente de sanguinarios terroristas sólo se atrevió a darme un tímido empujón en el hombro. Los mismos que hacía segundos nos gritaban «hace 20 años estaríais todos muertos» etc., eran incapaces de sostener la mirada segura de quien se sabe en el lado correcto. Pocas actividades le suben tanto a uno la testosterona. Cabeza alta entre vítores de “¡fascistas!” que nos colgamos como medallas al pecho. Y les señalé a esos vascos inconscientes, de esos que miran el dedo que apunta, que si hoy en día defendieran a sus mujeres con un ápice de la vehemencia que usan contra los nacionalistas españoles, se salvarían muchas integridades

Algo me impactó más que los vasos que nos lanzaban y que se estrellaban con la fuerza de un obús contra los escudos de los Ertzaintza. Que en la Plaza Mayor todo el pueblo admirara cómplice el espectáculo, desde las pre-adolescentes que vinieron a comer bolsas de jumpers en un banco hasta el viejo sonriente de la txapela que observó durante diez minutos la riña cómo aquel que mira una obra, pasando por los vecinos que se asomaban complacientes a las ventanas. Que al salir finalmente a la Calle Otalora Lizentziaduna centenares de individuos que no habían estado presentes en la plaza se unieran a las increpaciones, o simplemente observaran entretenidos desde las terrazas de los bares. El oxígeno cobarde del silencio de los justos son los 10 votos a VOX en el distrito electoral de esa calle en las pasadas elecciones generales (1.4%). Los 11 votos que subió VOX en Mondragón siguiente domingo. Votos, que en Guipúzcoa sirven tanto como tirarlos a la basura, y no obstante realizados con honor. En silencio, con las persianas bajadas entre la coacción de quien no hace tanto usaba la pólvora. Y mi mérito y valor son inexistentes, siento al regresar a mi plácido hogar castellano, al lado de los que conviven impertérritos con el aliento ferroso de los amigos de la sangre en cada momento de sus vidas, en cada mesa informativa, en cada ikastola.

Bolinaga y Zabarte. Parot demostró con su Ongi Etorri que estos apellidos vascuences que menciono no son excepciones: son la regla fruto de una sociedad corrupta. Corrupta por voluntad y no por obligación. Corrupta porque traiciona a su propia esencia: la hispanidad que corre por sus mismas venas.

Pero están condenados a fracasar. Porque no entienden nada. Con sus innegablemente enraizadas (y equivocadas) convicciones defienden lo que para ellos es una cuestión personal, de identidad. Lo que no comprenden es que para nosotros también lo es. Cada rincón de España nos pertenece por derecho de sangre, como la vascona que corre por mis venas castellanas desde la repoblación medieval. Cada español sentiría la secesión de un territorio nacional como la amputación de uno de sus propios miembros. Y el terrorismo nos ha afectado a todos, directa o indirectamente. Mi propio abuelo miraba debajo del coche cada mañana precisamente porque a solo unos pocos metros en esa misma calle, un chaval de 19 años murió al encender el motor del coche bomba preparado para su padre. Calle donde se crió mi madre, calle en la que también asesinaron a Sáenz de Ynestrillas y sus acompañantes. Es personal. No fracasarán porque no lo intenten, ya han fracasado porque no entienden esto.

Que es de nuevo primavera, y entre el verde de los montes traicionados y el verde serpentino del separatismo sanguinario hay hueco para el verde esperanzador que aquellos niños se colgaron de la muñeca. Creo en el inevitable regreso de banderas, y en que indudablemente ese día en Mondragón alguna adolescente de tardeo por el pueblo cruzó miradas conmigo y no entendió por qué esa turba decía quererme muerto. Es decir: aquel día, los adelantados sembraron. Que los chubascos limpien y rieguen.